Cartagena Dividida
- Andrea Olivieri
- Aug 5
- 3 min read

Cartagena: Entre el Turismo y la Vida Local
Cartagena es una ciudad que deslumbra a primera vista. Sus murallas centenarias, sus calles adoquinadas y sus casas coloniales pintadas de colores cálidos crean un escenario perfecto para quienes buscan una experiencia caribeña vibrante. Sin embargo, detrás de este encanto visual se esconde una realidad compleja: la cultura no es solo un orgullo en Cartagena, es también su principal fuente de ingresos, y muchas veces, su única opción de supervivencia.
Este viaje documental me llevó a recorrer la ciudad con otros ojos, observando cómo el turismo ha moldeado la dinámica de los locales. Desde los bailarines callejeros hasta los vendedores ambulantes que ofrecen artesanías, frutas o paseos en carreta, todo en Cartagena parece estar diseñado para atraer a los visitantes y convencerlos de gastar. Pero en esa insistencia hay algo más profundo: la necesidad.
Cultura Como Producto: El Precio de Ser Cartagena
En el centro histórico, la imagen de las mujeres palenqueras con sus coloridos vestidos y canastas de frutas en la cabeza es una de las más icónicas. Son un símbolo de la herencia africana de la ciudad, pero también son un claro ejemplo de cómo la cultura se ha convertido en un producto. Lo que alguna vez fue una tradición de mujeres vendiendo frutas para sostener a sus familias en San Basilio de Palenque, hoy se ha transformado en una atracción turística. Las palenqueras ya no caminan vendiendo su mercancía, ahora se han convertido en modelos de una postal que los visitantes están dispuestos a pagar para capturar.

Lo mismo ocurre con los souvenirs. En cada esquina, mochilas wayuu, pulseras de chaquiras, cuadros pintados a mano y sombreros vueltiaos llenan las fachadas de las casas, creando una galería al aire libre. Pero detrás de esta explosión de arte y color, hay un sistema donde los artesanos, muchas veces, no son los mayores beneficiados. La demanda del turista ha convertido estas piezas en una mercancía más, muchas veces producida en serie y revendida por intermediarios. La autenticidad se diluye en la búsqueda de lo que más se vende.
Las Calles de la Persistencia y la Desesperación

En Cartagena, el turismo no es solo una industria, es una lucha diaria. Mientras los visitantes recorren la ciudad buscando experiencias y recuerdos, los locales los ven como una oportunidad, a veces la única, de ganar dinero. Esta necesidad se traduce en una insistencia que, para algunos turistas, puede resultar incómoda: vendedores que no aceptan un “no” a la primera, niños ofreciendo caramelos con una sonrisa ensayada, adultos mayores que, a pesar del calor y la fatiga, caminan de un lado a otro tratando de vender algo, lo que sea.
El contraste entre la alegría caribeña que se vende y la realidad que se esconde detrás es innegable. En una calle angosta, un barbero atiende a sus clientes en plena acera, rodeado de otros negocios locales: pequeños puestos de dulces, bares con música a todo volumen, tiendas de camisetas con frases turísticas. Todo en Cartagena parece tener un precio, incluso la propia calle, donde los locales han aprendido a convertir su entorno en una herramienta de venta.
Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, una calle famosa por sus papagayos de colores se ha convertido en un escenario fotográfico constante. Los turistas se detienen a capturar la escena, sin saber que detrás de esas puertas vive una señora que nunca imaginó que su hogar se convertiría en una atracción más. Es el turismo invadiendo espacios personales, transformando lo cotidiano en un decorado.
Conclusión: Cartagena, Cultura de Sobrevivencia
Cartagena es una ciudad donde la cultura ha dejado de ser solo una identidad para convertirse en un recurso. Aquí, la historia, la música, el arte y hasta la propia hospitalidad se han vuelto herramientas de trabajo, necesarias para subsistir en un entorno donde las oportunidades económicas son limitadas.
Para los turistas, la insistencia de los vendedores puede ser un momento incómodo, una parte del viaje que prefieren evitar. Pero para los cartageneros, cada intento de venta es una necesidad real. No tienen otro sustento, no tienen otra opción. Mientras el turismo siga siendo la mayor fuente de ingresos de la ciudad, la cultura seguirá siendo su mayor activo, aunque eso signifique verla transformarse en un producto diseñado para satisfacer las expectativas de quienes solo están de paso.
La pregunta sigue en el aire: ¿cómo encontrar un equilibrio entre un turismo que impulse la economía sin devorar la autenticidad de Cartagena? Quizás la respuesta esté en un visitante más consciente, uno que no solo consuma la cultura, sino que la valore y la respete como el alma de una ciudad que no solo quiere ser admirada, sino también entendida.



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